sábado, 29 de mayo de 2010

QUIEREME Nuria Fergo & Manu Tenorio P G 13 04 09 by Z

Videos Romanticos (Rod Stewart - Sailing)

CUANDO ME BEA LLORAR

CUALDO ME VEAS LLORAR

Cuando me veas llorar...

no digas nada,

no me preguntes que me pasa,

sólo abrázame y acaricia mis cabellos

Cuando me veas llorar...

enjuga mis lágrimas,

toma mis manos

y dulcemente besa mi frente.

Cuando me veas llorar...

estréchame contra tu pecho,

que el latir de tu corazón

diga cuánto me amas.

Cuando me veas llorar...

acúname en tus brazos,

cierra tus ojos y

!Quédate a mi lado!
BELLA POESIA EL AUTOR NO SE
PUESTA POR LUNA BELLA

''LLANTO DE SIRENAS'' INTERPRETA A PIANO ''CRISTIAN SANDOVAL'' FONDO DE ...

lunes, 24 de mayo de 2010

mira como se me pone la piel cuando te recuerdo


mira como se pone la piel cuando te recuerdo
por la garaganta me sube un rio de sangre fresco
de la herida que atraviesa de
parte a parte mi cuerpo
tengo clavos en las manos y cuchillos en los dedos
y en la cien una corona hecha de alfileres negros
mira como se me pone la piel cada ves que me acuerdo que soy un hombre casado y sin embargo te quiero
entre tu casa y mi casa hay un muro de silencios
de ortigas y de chumberas de cal de arenas
de vientos de madres selvas oscuras y de vidrios en acecho
un muro para que nunca lo pueda saltar el pueblo que esta rondando las llaves que guarda nuestro secreto
si yo se bien que me quieres y tu sabes que te quiero y lo sabemos los dos y nadie puede saberlo
 
salgo de mi casa al campo solo con tu pensamiento
por acariciar a solas
la tela de aquel pañuelo que se te cayo un domingo cuando venias del pueblo y que no te he dicho nunca mi vida que yo lo tengo
y lo estrujo entre mis manos lo mismo como un limo nuevo
y miro tus iniciales y las repito en silencio para que ni el campo sepa lo que te estoy queriendo
 
ayer en la paza nueva vida no vuelvas hacerlo te vi besasr a mi niño a mi niño el mas pequeño y como lo besarias
hay virgen de los remedios
que fue la primera ves que me a mi diste un beso
llegue corriendo ami casa
alce a mi niño del suelo
y sin que nadie me viera como un ladron en acecho en su cara de amapola mordio mi boca tu beso
que alegria y que pena quererte como te quiero
mira pase lo que pase
aunque se unda el firmamenton
aunque tu nombre y el mio lo pisoteen por el suelo
aunque la tierra se abra y aun cuando lo sepa el pueblo
pongan nuestras banderas de amor a los cuatro vientos
sigue queirendo me asi tormento de mis tormentos
hay que alegria y que pena quererte como te quiero

tengo gana de victor manuel

EL RUISEÑOR Y LA ROSA














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EL RUISEÑOR Y LA ROSA

-Ha dicho que bailaría conmigo si le llevaba unas rosas rojas -se lamentaba el joven estudiante-, pero no hay en todo mi jardín una sola rosa roja.

Desde su nido de la encina oyole el ruiseñor. Miró por entre las hojas asombrado.

-¡No hay una sola rosa roja en todo mi jardín! -gritaba el estudiante.

Y sus bellos ojos se llenaban de lágrimas.

-¡Ah, de qué cosa más insignificante depende la felicidad! He leído todo cuanto han escrito los sabios; poseo todos los secretos de la filosofía y tengo que ver mi vida destrozada por falta de una rosa roja.

-He aquí por fin el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Le he cantado todas las noches, aun sin conocerle; todas las noches repito su historia a las estrellas, y ahora le veo. Su cabellera es oscura como la flor del jacinto y sus labios rojos como la rosa que desea; pero la pasión ha tornado su rostro pálido como el marfil y la pena le ha marcado en la frente con su sello.

-El príncipe da un baile mañana por la noche -murmuraba el joven estudiante-, y mi adorada asistirá a la fiesta. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja, la tendré en mis brazos. Reclinará su cabeza sobre mi hombro y su mano estrechará la mía. Pero no hay rosas rojas en mi jardín. Por lo tanto, tendré que estar solo y no me hará caso ninguno. No se fiará en mí para nada y mi corazón se desgarrará.

-He aquí el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Sufre todo lo que yo canto: todo lo que es alegría para mí, para él es pena. Realmente el amor es una cosa maravillosa: es más precioso que las esmeraldas y más caro que los finos ópalos. Perlas y granates no pueden pagarle porque no se halla expuesto en el mercado. No puede uno comprarlo al vendedor, ni pesarlo en una balanza para adquirirlo a peso de oro.

-Los músicos estarán en su estrado -decía el joven estudiante-. Tocarán sus instrumentos de cuerdas y mi adorada bailará a los sones del arpa y del violín. Bailará tan vaporosamente que su pie no tocará el suelo, y los cortesanos con sus alegres atavíos la rodearán solícitos; pero conmigo no bailará porque no tengo rosas rojas que darle.

Y dejándose caer sobre el césped, hundía su cara en sus manos y lloraba.

-¿Por qué lloras? -preguntaba una lagartija verde correteando cerca de él con su cola levantada.

-Sí, ¿por qué? -decía una mariposa que revoloteaba persiguiendo un rayo de sol.

-Eso es, ¿por qué? -murmuró una margarita a su vecina, con una dulce vocecilla.

-Llora por una rosa roja.

-¿Por una rosa roja? ¡Qué ridiculez!

Y la lagartija, que era algo cínica, se echó a reír con todas sus ganas.

Pero el ruiseñor, que comprendía el secreto de la pena del estudiante, permaneció silencioso en la encina, reflexionando en el misterio del amor.

De pronto desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo.

Pasó por el bosque como una sombra, y como una sombra atravesó el jardín.

En el centro del parterre se levantaba un hermoso rosal, y al verle voló hacia él y se posó sobre una ramita.

-Dame una rosa roja -le gritó- y te cantaré mis canciones más dulces.

Pero el rosal sacudió su cabeza.

-Mis rosas son blancas -contestó-, blancas como la espuma del mar, más blancas que la nieve en la montaña. Pero ve en busca del hermano mío que crece alrededor del viejo reloj de sol y quizá él te dé lo que pides.

Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía en torno del viejo reloj de sol.

-Dame una rosa roja -le gritó- y te cantaré mis canciones más dulces.

Pero el rosal sacudió su cabeza.

-Mis rosas son amarillas -respondió-, tan amarillas como los cabellos de las sirenas que se sientan sobre un tronco de árbol, más amarillas que el narciso que florece en los prados, antes de que llegue el segador con su hoz. Pero ve en busca de mi hermano, el que crece debajo de la ventana del estudiante y quizá él te dé lo que pides.

Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía debajo de la ventana del estudiante.

-Dame una rosa roja -le gritó- y te cantaré mis canciones más dulces.

Pero el arbusto sacudió su cabeza.

-Mis rosas son rojas -respondió-, tan rojas como las patas de las palomas, más rojas que los grandes abanicos de coral que el océano mece en sus abismos; pero el invierno ha helado mis venas, las heladas han marchitado mis botones, el huracán ha partido mis ramas, y no tendré ya rosas en todo este año.

-No necesito más que una rosa roja -gritó el ruiseñor-, una sola rosa roja. ¿No hay ningún medio para que yo la consiga?

-Hay un medio -respondió el rosal-, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtelo.

-Dímelo -contestó el ruiseñor-. No soy asustadizo.

-Si necesitas una rosa roja -dijo el rosal-, tienes que hacerla con notas de música, al claro de luna, y teñirla con la sangre de tu propio corazón. Cantarás para mí, con el pecho apoyado en mis espinas. Cantarás para mí durante toda la noche y las espinas te atravesarán el corazón: la sangre de tu vida correrá por mis venas y se convertirá en sangre mía.

-La muerte es un buen precio por una rosa roja -replicó el ruiseñor- y todo el mundo ama la vida. Es grato posarse en el bosque verdeante y mirar al sol en su carro de oro y a la luna en su carro de perlas. Dulce es el olor de los nobles espinos. Dulces son las campanillas que se esconden en el valle y los brezos que cubren la colina. Sin embargo, el amor es mejor que la vida. ¿Y qué es el corazón de un pájaro comparado con el de un hombre?

Entonces desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo. Pasó por el jardín como una sombra y como una sombra cruzó el bosque.

El joven estudiante permanecía tendido sobre el césped, allí donde el ruiseñor le dejó, y las lágrimas no se habían secado aún en sus bellos ojos.

-Sed feliz -le gritó el ruiseñor-, sed feliz; tendréis vuestra rosa roja. La crearé con notas de música al claro de luna y la teñiré con la sangre de mi propio corazón. Lo único que os pido en cambio es que seáis un verdadero enamorado, porque el amor es más sabio que la filosofía, aunque ésta lo sea. Y más fuerte que el poder, aunque éste también lo sea. Sus alas son color de fuego y su cuerpo color de llama; sus labios son dulces como la miel y su aliento es como el incienso.

El estudiante levantó los ojos del césped y prestó atención; pero no pudo comprender lo que le decía el ruiseñor, pues únicamente sabía las cosas que están escritas en los libros.

Pero la encina lo comprendió y se puso triste, porque amaba mucho al ruiseñorcito que había construido el nido en sus ramas.

-Cántame la última canción -murmuró-. ¡Me quedaré tan triste cuando te vayas!

Entonces el ruiseñor cantó para la encina; y su voz era como el agua reidora de una fuente argentina.

Al terminar su canción, el estudiante se levantó, sacando al mismo tiempo su cuadernito de notas y su lápiz de bolsillo.

-El ruiseñor -se decía paseándose por la alameda-, el ruiseñor posee una belleza innegable, ¿pero siente? Me temo que no. Después de todo, es como muchos artistas, todo estilo sin nada de sinceridad. No se sacrifica por los demás. No piensa más que en la música y en el arte; como todo el mundo sabe, es egoísta. Ciertamente, no puede negarse que su voz tiene notas muy bellas. ¡Qué lástima que todo eso no tenga sentido alguno, que no persiga ningún fin práctico!

Y volviendo a su habitación se acostó sobre su jergoncito y se puso a pensar en su adorada.

Al poco rato se durmió.

Y cuando la luna brillaba en los cielos, el ruiseñor voló al rosal y colocó su pecho contra las espinas.

Y toda la noche cantó con el pecho apoyado sobre las espinas; y la fría luna de cristal se detuvo y estuvo escuchando toda la noche.

Cantó durante toda la noche y las espinas penetraron cada vez más en su pecho y la sangre de su vida fluía de su pecho.

Al principio cantó el nacimiento del amor en el corazón de un joven y de una muchacha; y sobre la rama más alta del rosal floreció una rosa maravillosa, pétalo tras pétalo, canción tras canción.

Primero era pálida como la bruma que flota sobre el río, pálida como los pies de la mañana y argentada como las alas de la aurora.

La rosa que florecía sobre la rama más alta del rosal, parecía la sombra de una rosa en un espejo de plata, la sombra de la rosa en un lago.

Pero el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.

-Apriétate más, pequeño ruiseñor -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada. Entonces el ruiseñor se apretó más contra las espinas y su canto fluyó más sonoro, porque cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un hombre y de una virgen.

Y un delicado rubor apareció sobre los pétalos de la rosa, lo mismo que enrojece la cara de un enamorado que besa los labios de su prometida.

Pero las espinas no habían llegado aún al corazón del ruiseñor; por eso el corazón de la rosa seguía blanco; porque sólo la sangre de un ruiseñor puede colorear el corazón de una rosa.

Y el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.

-Apriétate más, pequeño ruiseñor -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada. Entonces el ruiseñor se apretó aún más contra las espinas, y las espinas tocaron su corazón y él sintió en su interior un cruel tormento de dolor.

Cuanto más acerbo era su dolor, más impetuoso salía su canto, porque cantaba el amor sublimizado por la muerte, el amor que no acaba en la tumba.

Y la rosa maravillosa enrojeció como las rosas de Bengala. Purpúreo era el color de los pétalos y purpúreo como un rubí era su corazón.

Pero la voz del ruiseñor desfalleció. Sus breves alas empezaron a batir y una nube se extendió sobre sus ojos.

Su canto se fue debilitando cada vez más. Sintió que algo se ahogaba en la garganta.

Entonces su canto tuvo un último fulgor. La blanca luna le oyó y olvidándose de la aurora se detuvo en el cielo.

La rosa roja le oyó; tembló toda ella de arrobamiento y abrió sus pétalos al aire frío de la mañana. El eco le condujo hacia su caverna purpúrea de las colinas, despertando de sus sueños a los rebaños dormidos.

El canto flotó entre los cañaverales del río, que llevaron su mensaje al mar.

-Mira, mira -gritó el rosal-, ya está terminada la rosa.

Pero el ruiseñor no respondió: yacía muerto sobre las altas hierbas, con el corazón traspasado de espinas.

A mediodía el estudiante abrió su ventana y miró hacia afuera.

-¡Qué extraña buena suerte! -exclamó-. ¡He aquí una rosa roja! No he visto una rosa semejante en toda mi vida. Es tan bella, que estoy seguro de que debe tener en latín un nombre enrevesado.

E inclinándose, la cogió.

En seguida se puso el sombrero y corrió a casa del profesor con su rosa en la mano.

La hija del profesor estaba sentada a la puerta. Devanaba seda azul sobre un carrete, con un perrito echado a sus pies.

-Dijisteis que bailaríais conmigo si os traía una rosa roja -le dijo el estudiante-. He aquí la rosa más roja del mundo. Esta noche la prenderéis cerca de vuestro corazón, y cuando bailemos juntos, ella os dirá lo mucho que os amo.

Pero la joven frunció las cejas.

-Temo que esta rosa no se armonice bien con mi vestido -respondió-. Además, el sobrino del chambelán me ha enviado varias joyas de verdad y ya se sabe que las joyas cuestan más que las flores.

-¡Oh, a fe mía que sois una ingrata! -dijo el estudiante lleno de cólera.

Y tiró la rosa al arroyo. Un pesado carro la aplastó.

-¡Ingrato! -dijo la joven-. Os diré que os portáis como un grosero, y después de todo, ¿qué sois? Un simple estudiante. ¡Bah! No creo que podáis tener nunca hebillas de plata en los zapatos como las del sobrino del chambelán.

Y levantándose de su silla, se metió en su casa. -¡Qué bobería es el amor! -se decía el estudiante a su regreso-. No es ni la mitad de útil que la Lógica, porque no puede probar nada; habla siempre de cosas que no sucederán y hace creer a la gente cosas que no son ciertas. Realmente, no es nada práctico, y como en nuestra época todo estriba en ser práctico, voy a volver a la filosofía y al estudio de la metafísica.

Y dicho esto, el estudiante, una vez en su habitación, abrió un gran libro polvoriento y se puso a leer.

ESTE BELLO0 CUENTO ESTA PUESTO POR LUNA BELLA NO SE SU AUOR NO LO CONOSCO

SUEÑO QUE SEME FUE DELAS MANOS

"Mi nombre es Jacinta Quispe Aiquipa, desde que tengo uso de razón he vivido en “CIUDAD DE REYES”, es decir lima.

Mi padre era un indio mitayo que trabajaba arduamente para mantenernos.
Mi madre “Silvia” se encargaba de los quehaceres de la casa, quizás será por eso que siempre, la veía lavando en el rió y cocinando.

Siempre me ha dado cólera ¿Cómo estando en plena colonia, las mujeres no teníamos ni vos, ni voto? Teníamos que depender de un hombre. ¡Como si fuéramos bebitas para depender de alguien!
No podíamos estudiar, claro que algunas habían sido escogidas para ir al convento, beneficiandose así con el estudio, yo si quería estudiar, y pensaba a como de lugar buscar una forma para hacerlo, pero hasta ahora se me había ocurrido pachotada y media.

Primero se me había ocurrido ir a la escuela, sabiendo que solo era para los varones, y decirles a mis maestros:

-¡maestro o profe, como se le llame a usted, soy hombre ahh…., pero no valla a pensar que soy niña!-lo iba a decir imitando la vos de mi papa, esas voces que solo tienen los hombres: roncas y fuertes ¡soy hombre!

Pero no funciono, fui al colegio y el portero me dijo:
-¡pasa!-hasta ahí decía que todo estaba bien, pero después al entrar al salón y al decirle al profesor lo mencionado anteriormente, se lleno la cara de una plena sonrisa y dándome palmaditas, me dijo:

-¡niña no seas ridícula vete!

Aquel día converse con mi amigo José, que era un negro esclavo., él tenía 8 años igual que yo y siempre jugábamos .el me dijo:
-¡tu puedes estudiar disfrazándote de hombre .en cambio a mi no se me quita lo negro a punta de palos por mas que quiera que se me quite lo esclavo!
Y al despedirse de mi me tendió su mano, que aun guardaba las marcas de “La Carimba”, aunque haya ocurrido hace un año, yo había sido testigo de cómo con el hierro caliente le dejaron esa marca.


Tal ves lo que me había dicho podía funcionar.y decidí seguir su consejo, ocultando toda mi cabellera en un sombrero y utilizando ropa de hombre. Para que tal ves así me dejen estudiar, ¡DISFRASADA!
Al entra al salón estaba nerviosa, creía que me iban a descubrir, pero no fue así.El profesor me presento ante los demás con el nombre de “José “, nombre que me puse.,y me trato como uno de ellos. Los chicos me trataban como su igual, quizá será por eso que eran toscos conmigo.

José era un negro “ladino”, porque hablaba español y debido a los abusos de su amo Juan Belmonte de Villalobos, se escapo quedándose a vivir en mi casa., y debido a esto recibió el sobrenombre de “amarron”.

Estuve yendo al colegio durante 7 años .en esos años aprendí muchas cosas y durante ese tiempo le enseñe a José todo lo que sabia.

Cambiando mi ropa de mujer a hombre aquella mañana, me di cuenta de algo que no tenia antes., ¡oh no, y si es un tumor lo que tengo en mi pecho!
Pero era extraño tenia dos tumores a la altura de mi pecho, parecía dos limones, y no sabia que eran, se me hacia tarde por lo que me fui sin preguntarle a mama lo que eran.
En el salón me quite mi chompa de lana y veía que el profesor me miraba y me miraba.
Al terminar la clase, el profesor me dijo:
-¡José o mejor dicho josi!-no entendía-¡José o como sea que te llames eres una niña y antes que le diga a los cabildos que te has pasado de lista, mejor vete y nunca mas regreses!

Aquel día fue el peor de todos, ahí se iban mis sueños, el deseo de cambiar el mundo. Llore como nunca en mi vida lo había hecho, José me decía que todo estaba bien y yo le decía que todo estaba mal.

Mis tumores crecían cada día más, al igual que crecía el amor que sentía hacia José.


BELLO CUENTO PUESTO POR LUNA BELLA

EL CORAZON PERDFIDO


El corazón perdido


Yendo una tardecita de paseo por las calles de la ciudad, vi en el suelo un objeto rojo; me bajé: era un sangriento y vivo corazón que recogí cuidadosamente. «Debe de habérsele perdido a alguna mujer», pensé al observar la blancura y delicadeza de la tierna víscera, que, al contacto de mis dedos, palpitaba como si estuviese dentro del pecho de su dueño. Lo envolví con esmero dentro de un blanco paño, lo abrigué, lo escondí bajo mi ropa, y me dediqué a averiguar quién era la mujer que había perdido el corazón en la calle. Para indagar mejor, adquirí unos maravillosos anteojos que permitían ver, al través del corpiño, de la ropa interior, de la carne y de las costillas -como por esos relicarios que son el busto de una santa y tienen en el pecho una ventanita de cristal-, el lugar que ocupa el corazón.

Apenas me hube calado mis anteojos mágicos, miré ansiosamente a la primera mujer que pasaba, y ¡oh asombro!, la mujer no tenía corazón. Ella debía de ser, sin duda, la propietaria de mi hallazgo. Lo raro fue que, al decirle yo cómo había encontrado su corazón y lo conservaba a sus órdenes de si gustaba recogerlo, la mujer, indignada, juró y perjuró que no había perdido cosa alguna; que su corazón estaba donde solía y que lo sentía perfectamente pulsar, recibir y expeler la sangre. En vista de la terquedad de la mujer, la dejé y me volví hacia otra, joven, linda, seductora, alegre. ¡Dios santo! En su blanco pecho vi la misma oquedad, el mismo agujero rosado, sin nada allá dentro, nada, nada. ¡Tampoco ésta tenía corazón! Y cuando le ofrecí respetuosamente el que yo llevaba guardadito, menos aún lo quiso admitir, alegando que era ofenderla de un modo grave suponer que, o le faltaba el corazón, o era tan descuidada que había podido perderlo así en la vía pública sin que lo advirtiese.

Y pasaron centenares de mujeres, viejas y mozas, lindas y feas, morenas y pelirrubias, melancólicas y vivarachas; y a todas les eché los anteojos, y en todas noté que del corazón sólo tenían el sitio, pero que el órgano, o no había existido nunca, o se había perdido tiempo atrás. Y todas, todas sin excepción alguna, al querer yo devolverles el corazón de que carecían, negábanse a aceptarlo, ya porque creían tenerlo, ya porque sin él se encontraban divinamente, ya porque se juzgaban injuriadas por la oferta, ya porque no se atrevían a arrostrar el peligro de poseer un corazón. Iba desesperando de restituir a un pecho de mujer el pobre corazón abandonado, cuando, por casualidad, con ayuda de mis prodigiosos lentes, acerté a ver que pasaba por la calle una niña pálida, y en su pecho, ¡por fin!, distinguí un corazón, un verdadero corazón de carne, que saltaba, latía y sentía. No sé por qué -pues reconozco que era un absurdo brindar corazón a quien lo tenía tan vivo y tan despierto- se me ocurrió hacer la prueba de presentarle el que habían desechado todas, y he aquí que la niña, en vez de rechazarme como las demás, abrió el seno y recibió el corazón que yo, en mi fatiga, iba a dejar otra vez caído sobre los guijarros.

Enriquecida con dos corazones, la niña pálida se puso mucho más pálida aún: las emociones, por insignificantes que fuesen, la estremecían hasta la médula; los afectos vibraban en ella con cruel intensidad; la amistad, la compasión, la tristeza, la alegría, el amor, los celos, todo era en ella profundo y terrible; y la muy necia, en vez de resolverse a suprimir uno de sus dos corazones, o los dos a un tiempo, diríase que se complacía en vivir doble vida espiritual, queriendo, gozando y sufriendo por duplicado, sumando impresiones de esas que bastan para extinguir la vida. La criatura era como vela encendida por los dos cabos, que se consume en breves instantes. Y, en efecto, se consumió. Tendida en su lecho de muerte, lívida y tan demacrada y delgada que parecía un pajarillo, vinieron los médicos y aseguraron que lo que la arrebataba de este mundo era la rotura de un aneurisma. Ninguno (¡son tan torpes!) supo adivinar la verdad: ninguno comprendió que la niña se había muerto por cometer la imprudencia de dar asilo en su pecho a un corazón perdido en la calle.

puesto por luna bella

mis poema y mi musica

este blog es muey bueno y solo se puede poner escritos que todo el mundo puedas leer espero que pongay cosas bella y poemas istorias cuentos gracias atodos saludos de luna bella

domingo, 23 de mayo de 2010

QUIEREME


QUIEREME

agua del arroyo blanco,
agua pa saciar mis labios,
agua de tu primavera, de mi zalamera pa mi corazón
eres para mí como agua clara,
que corre hacia mi corazón como un río
que nada y que muere en el fondo del mar.
eres para mi como la luna, desnuda ante la noche.
guiando mis pasos hasta el amanecer. siempre para mi eres lo primero.
aunque falte el dinero te quiero.
yo sin oro ni plata te espero hasta el atardecer.
tu serás la calma y el consuelo y el aire que me falta algunas veces
agua del arroyo blanco
agua pa saciar mi sed.

quiéreme,
como se quiere por primera vez, quiéreme
quiéreme,
para los restos de la vida
y quiéreme
como se que tú lo hacías
y quiéreme de noche, quiéreme de dia,
quiéreme
como se quiere por primera vez, quiéreme
quiéreme para los restos de la vida.
quedate que mi alma es una bulería.

agua del arroyo blanco,
agua pa saciar mis labios, agua de tu primavera,
de mi zalamera pa mi corazón.
te susurraré mil veces al oído que jamás buscaré nada fuera de ti
jamás besaré como te beso a ti, créeme.
créeme porque es tan cierto lo que digo como lo es el sentimiento de un suspiro
como el frío que siente tu piel,
sin abrigo, sin besos, sin sed.

quiéreme...

pero déjate llevar
por el sueño que una vez vivimos, que una vez te di.

quiéreme,
como se quiere por primera vez, quiéreme
quiéreme
para los restos de la vida
quiéreme
como se que tu lo hacías
y quiéreme de noche quiéreme de día
porque te querré
aunque te cueste sonreir, amor te querré
te daré
a puñaditos las caricias.
quedate que mi alma es una buleria.

oh, no

NURIA FERGOR
PUESTA POR LUNA BELLA